miércoles, 3 de septiembre de 2008

David Lynch se pasea por mis sueños transformándolos en inquietantes apariciones de mi subconsciente. Lo tiene muy fácil ya que los elementos de mi realidad se ofrecen para un juego perfecto.
Un grupo de amigos jugamos una partida de cartas. Nos encontramos en una casita en medio de un bosque. La noche es oscura, sin luna. Sólo se escucha el sonido de algún ave nocturna. En el interior suena un disco de Mazzy Star mientras un humo espeso impide que nos veamos los rostros con nitidez.
Somos cuatro personas sentadas en torno a una mesa cuadrada. Vasos medio vacios, colillas, varias barajas tiradas, todo en completo desorden. Nos miramos, nos reímos. Jack el Tuerto mira su jugada con satisfacción, después con una media sonrisa en su rostro castigado repasa uno a uno nuestros rostros. Hay una persona que no identifico. Erik Mercurio se quita la gorra y contemplo horrorizada que se ha afeitado la cabeza. Unas palabras de Jack el Tuerto haciendo referencia a la maría hacen que me percate de la presencia de mi madre tras mi espalda. Ella está concentrada en su labor: cocinar para nosotros.
Empiezo a estar muy angustiada. A mí alrededor todos empiezan a reír, incluso mi madre. Los sonidos distorsionados me acosan y todo gira en torno a mí. Intento gritar pero no puedo.
Mi madre se acerca a la mesa. En las manos trae una bandeja redonda con una tapadera. La deja en el centro de la mesa. Jack el Tuerto nos descubre su contenido: es la cabeza de mi padre.