domingo, 2 de noviembre de 2008

LA MONTAÑA

La diviso en la lejanía trayéndome a la memoria tan gratos momentos. Cimas de las más variadas altitudes, múltiples paisajes, todas con encanto.

Algunas me hicieron llorar, otras soñar, otras me hicieron sentir miedo…pero siempre he disfrutado.

El tiempo parecía detenerse eternizándose en las cumbres. El sentimiento de libertad penetraba intensamente y aún permanecía algún tiempo fluyendo por mis venas como nutriente necesario para sobrevivir.

Ahora la contemplo con tristeza. Me pregunto cuando cuándo recorreré las blancas crestas. ¿Qué sentiré?

Con frecuencia en mi vida he sentido que al realizar proyectos su consecución no era lo más importante. El camino que transitamos es un fruto esencial que no debemos desestimar. En la medida que saboreemos el trayecto habremos podido sacar el jugo plenamente a nuestro propósito, porque el final nunca es como te lo imaginas. Cuando más jóvenes somos menos nos deleitamos con el proceso ansiosos de llegar a la idealizada meta.

Es sorprendente la capacidad de adaptación a las circunstancias que tenemos. Cuanto más sabio, mayor es la conciliación. Y si ahora no puedo sustentarme con la savia de las cimas, procuro no dar concesiones con mis emociones a todo aquello que no puedo realizar.

La montaña seguirá ahí: inamovible, bella, eterna…esperándome para alimentarme de nuevo, con todo el amor de dos amigos que desde hace tiempo esperaban encontrarse.

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